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Murcia, Turismo y Agricultura

SON DOS CARAS, LAS QUE FORMAN LA MONEDA

Es por todos conocido el daño que esta crisis viene generando en el sector turístico internacional, en los encabezados de las noticias vemos como grandes, medianas y pequeñas compañías de esta industria, corren grave peligro de extinción por la paralización mundial que ata de manos a la economía mundial. Tengamos en cuenta que este sector representa aproximadamente un 10.5% de PIB mundial, con una generación de 8,8 billones de dólares y empleo para 319 millones de personas.

Estos datos generales, más allá de contribuir como argumento a los especialistas del sector para poner en valor los incentivos que los estados deberían garantizar, nos hacen reflexionar sobre cuestiones históricas del turismo y nuestro estilo de vida motivado por la necesidad de descubrimiento del entorno que nos rodea.

Así nace el turismo, como respuesta a un sentimiento intrínseco del ser humano por encontrar en nuevos destinos, la respuesta a diversas necesidades, después, durante el siglo XIX y debido a la revolución industrial, empieza a ser un elemento de consumo masivo asociado a la estética humana, época en la que Coco Chanel tras un crucero por el Mediterráneo, nos dijo que las mujeres morenas y delgadas representan la dualidad entre actividad física (trabajo) y derecho al ocio (vacaciones). Fruto de la popularización del turismo de verano, surgen destinos turísticos costeros de sol como espacios comunes para acceso de la clase trabajadora, lo cual, si bien democratizó el concepto de turismo y relajación, generó la explotación masiva de territorios, acabando con elementos naturales e identitarios de las poblaciones.

Ya en nuestros días, esta masificación se traduce en una “instagramización” de los destinos, volviendo más importante la necesidad social de mostrar, que el hecho de vivir la experiencia misma. Una clara imagen de esta realidad son las tan de moda, letras gigantes con los nombres de las poblaciones, escenario turístico perfecto para que, en turnos de 10 a 20 segundos, los visitantes compartan con sus redes sociales y el mundo, su mejor sonrisa y la postura de moda.

Por otro lado, esta crisis nos ha obligado a poner en valor otras actividades tradicionales de las que también dependemos como sociedad pero que siguen sin ser atendidas, actividades no tan glamurosas, pero sumamente estratégicas como la agricultura, en donde las niñas recién peinadas y maquilladas “al natural” de Los Ángeles, Dubai o Moscú no se verían tan lindas manchándose las manos con tierra.  Esta actividad que mundialmente es considerada la columna vertebral de nuestros sistemas económicos, de acuerdo con el Banco Mundial, constituye uno de los medios más importantes para poner fin a la pobreza extrema, empleando a casi el 80% de población rural sin recursos, es por esto que llama la atención de los ojos más visionarios en la élite  de inversionistas internacionales, que buscan modelos innovadores de desarrollo agrícola altamente tecnificados y responsables, que generen el menor daño posible al planeta, propongan una estrategia inteligente de utilización de recursos, fomenten la sostenibilidad de los territorios, impulsen la prosperidad compartida y alimenten a la población mundial.

Estas dos realidades, la del trabajo duro en el campo y la del ocio como estilo de vida que propone el sector turístico, si bien podrían ser antagónicas, no tienen por qué ser incompatibles, por el contrario, demandan de nosotros una urgente reacción para estructurar un equilibrio a través de la gestión inteligente y planificada, que en épocas de bonanza, nos permita a través del turismo aumentar el gasto promedio de los visitantes, poniendo en valor nuestros territorios y atrayendo capitales para desarrollar la economía; pero en otras circunstancias socialmente complejas, cuando debamos subsistir únicamente de la producción de elementos de primera necesidad como la alimentación, podamos a través de la agricultura responsable, contar con una actividad que genera fuentes de trabajo y de la cual a futuro todos nos alimentaremos.

Países con desarrollos turísticos incipientes, son un gran campo de aprendizaje, durante mi carrera por ejemplo, he encontrado territorios que representan a una de las dos realidades, por un lado las Islas Galápagos donde el 83% de la economía dependía directa o indirectamente del sector turístico, y territorios como Manabí o Esmeraldas, donde sólo el 10% de la población económicamente activa depende del turismo y más de la mitad de la economía depende de la agricultura, dos posturas opuestas que si bien culturalmente están muy arraigadas, con planificación enfocada en pilares de desarrollo, logramos que se convirtieran en fortalezas complementadas.

La diferencia entre experiencias exitosas e intentos fallidos, radica en el enfoque de la planificación, así como en la profundización que se realice con los sectores productivos en campo, ya que el balance necesario entre ambas actividades no se logra sólo con campañas publicitarias bonitas o etiquetas como ecoturismo, agroturismo o turismo experiencial, éstas son realidades concretas para mercados de nicho, así como los cultivos intensivos no pueden ser llamados “estrategia agrícola”, siendo el modelo más perjudicial para el entorno. Los vendedores de humo dirían que estos dos modelos son perfectamente compatibles y pondrían como ejemplo los campos de lavanda en Francia, la ruta del vino de la Rioja o la del café en Colombia; lo que no contarán son las mil rutas que se intentaron previamente y no funcionaron, o la exclusión que la mayoría de la población sufre al no poder entrar en un modelo turístico cerrado para pocos.

Para que este tipo de estrategias funcionen deben estar apoyadas en productos muy posicionados dentro de la cultura agrícola del territorio, ser parte o afín a la identidad ancestral de la zona, con una gran proyección de mercados de consumo, la iniciativa privada y con larga tradición aspiracional. Por ejemplo, el vino, el café, el whisky, agave, etc. La lechuga, patatas y el tomate no sirven para este tipo de turismo a menos que se relacione alrededor de ellos, un imaginario tradicional de la zona.

En Murcia tenemos una clara muestra de un territorio bendecido con ambas actividades de manera intensiva, siendo ejemplo de un modelo de desarrollo del siglo XX, que aún al estar caduco visto desde las posibilidades de mejora, constituye un ejemplo para otras poblaciones turísticas que no logran integrar estos dos mundos.

Como murciano sigo con cierta perplejidad como desde algunos sectores tratan de satanizar dos actividades que cualquier territorio mundial quisiera para sí, como son el turismo y la agricultura. Esta combinación territorial hace que, en las peores épocas en las que un virus paraliza toda actividad humana, la economía no se resienta de manera profunda y que en épocas de bonanza económica podamos con visión aumentar el gasto en servicios asociados al consumo turístico. Esta satanización si la analizamos con ojo crítico, es justificable cuando vemos la falta de estrategia desde la concepción misma de ambas actividades, ya que, en su carácter más intensivo, son fuente de desigualdades sociales, ambientales, productivas y económicas.

Desde mi experiencia, esta tierra mía, de la que me fui hace ya siete años, está en la capacidad de generar planes concretos de reactivación económica post crisis como la pandemia que vivimos actualmente. La clave, no comprar conceptos planos sobre la catástrofe que estas dos industrias pueden llegar a representar, retarnos a transformar nuestra propia realidad desde la perspectiva de un plan holístico con gestión innovadora de los recursos, donde estas dos actividades convivan y se colaboren.

El modelo de competitividad que construyamos hoy, garantizará a mediano y largo plazo no sólo la posibilidad de levantarnos dignamente; sino de contar con destinos turísticos atractivos en concordancia con actividades agrícolas productivas responsables, generando una demanda de nuestro territorio con niveles de gastos altos, que detonen un efecto multiplicador del desarrollo económico sostenible y que será sustentable sólo si las bases sobre las cuales se apoya, respetan, protegen y se apropian de los recursos naturales, culturales, históricos, además de la visión económica de desarrollo. Si somos una de las regiones con más potencialidad tradicional gracias a las pequeñas poblaciones que a diferencia de otras localidades, aún conservan su gastronomía autóctona, el encanto de sus calles, el sincretismo de su identidad y la amabilidad; somos nosotros quienes debemos dotar a estas pequeñas localidades de los insumos necesarios para hacerlas atractivas a las generaciones más jóvenes, logrando que se apropien de sus tradiciones nacionales y desde esa base sólida de identidad, aprendan la práctica del respeto por otras formas de ver el mundo.

Retémonos a trabajar en función de la nueva era que ya estamos viviendo, con la construcción de políticas fiscales turísticas, agrícolas y de servicios, que nos permitan conjugar por ejemplo el estilo de vida “knowmad” de las nuevas generaciones con aquellas ciudades que tienen altos índices de despoblación y población muy mayor, introduciendo así un motor de crecimiento económico y generación de empleo, con el apoyo de los sectores inmobiliarios que revaloricen y potencien los territorios, devolviendo además a la política su condición de servicio a la gente, las empresas y los sectores productivos.

Primera colección: PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA:
LIBRO 1:
 
 
 
Tercera colección: PLANIFICACIÓN DESDE LA TRINCHERA:
LIBRO 1 DE
 
 
LIBRO 2:
 
 
LIBRO 3:
 
 
LIBRO 4:
 
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